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1. Guerras Mundiales: Nada es seguro
Con las guerras nada es seguro: uno sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. La Primera Guerra Mundial es un buen ejemplo: durante casi 300 años (desde el siglo XVI-XVII) las guerras entre estados en el continente europeo se practicaron casi como un deporte de política, intriga y economía entre los nobles de las diferentes casas reinantes. Pero entonces ocurrieron tres hechos tecnológicos: las trincheras, las armas químicas (gases) y la ametralladora. Estas tres innovaciones militares cambiaron la naturaleza de los choques armados como se conocían. Así, lo que se suponía sería una guerra más -de las muchas que ya habían ocurrido- se salió de control arrojando un saldo no previsto por nadie: 15 millones de muertos.
Ahí los europeos entendieron que las cosas habían cambiado.
Y con la Segunda Guerra Mundial ocurrió algo similar: empezó con la lógica casi feudal de control territorial (para el caso alemán en Europa el lebensraum -espacio vital- del Tercer Reich y en el caso de Japón la imposición de la Esfera de Co-Prosperidad de la Gran Asia Oriental,) y terminó con el lanzamiento de dos armas nucleares que dieron al traste con mucho de lo que se sabía y de lo que se creía saber sobre táctica y estrategia militar, y sobre la humanidad en general, arrastrando consigo 60 millones de muertos.
Y fue ahí donde el mundo entendió que las cosas no eran como antes.
Ambos casos verifican la tesis principal: con las guerras nada es seguro, uno sabe cómo empiezan pero no cómo terminan.
2. Dos casos: Corea del Norte y la Unión Europea
Pero esa misma incertidumbre existe en las crisis en general. ¿Qué es una crisis? una situación tensa que puede seguir tres caminos: 1) puede degradar en violencia (como fue el caso de las dos guerras mundiales), 2) se puede mantener constante la tensión (como en el caso de la Guerra Fría entre EE.UU. y la URSS) o 3) pueden reducirse las tensiones, e incluso, desaparecer.
¿Pero es que existen casos en los que la tensión haya disminuido o incluso, desaparecido? Sí, los hay y muchos. Veamos uno de los más significativos
En el año 2003, George W. Bush atacó a Irak bajo la acusación de que poseía y desarrollaba armas de destrucción masiva. Al no existir evidencia alguna para respaldar la acusación, el Consejo de Seguridad le dio la espalda y se negó a legitimar el ataque. Prácticamente al mismo tiempo que se desataba el infierno sobre Irak, Corea del Norte reconocía que su programa nuclear tenía aplicaciones militares y que estaba en clara violación del Tratado de No Proliferación (TNP). ¿Por qué se atacó a Irak y no a Corea del Norte, cuando el primero no tenía lo que el segundo sí reconoció tener? Precisamente por eso: Corea del Norte no fue atacado a pesar de la tensión porque tenía existía la posibilidad plausible de que podía responder, no así Irak (en otras palabras: los Estados Unidos sólo atacan a los que no se pueden defender).
Pero aquella crisis fue sólo una más. Diez años después, en marzo-abril de 2013, la tensión entre EE.UU. y Corea del Norte volvió con expresiones de una beligerancia inusitada, y ocurrió exactamente por las mismas razones –el programa nuclear norcoreano. ¿Y qué pasó? Que tal y como llegó se fue, y luego creció de nuevo en agosto del 2017 –y entonces, como ahora, se habló también de Guerras Mundiales- para disminuir una vez más. Y así seguirá, al menos, hasta la próxima vez.
¿El resultado final?: en 2003 como en 2013 como en 2017, la tensión con Corea del Norte creció a niveles cada vez mayores, y en cada caso, volvió a disminuir, lento, mal y de malas, pero lo hizo, una y otra y otra vez.
¿Y existe algún caso en el que la tensión haya disminuido por la buena hasta prácticamente desaparecer? Tal vez el caso más claro sea el de la construcción de la Unión Europea en su última etapa y tras las guerras yugoslavas. Más allá de la posible salida de la Gran Bretaña del bloque europeo, las posibilidades actuales de una guerra entre, digamos Alemania y España o España y Francia, o Francia y la Gran Bretaña son casi nulas. Un logro nada desdeñable para países que soportaron sobre sus espaldas, junto con Rusia y otros más, tanto la primera como la segunda guerra mundial.
3. Irán
Todo lo anterior hay que tenerlo en mente para hablar de la crisis actual entre Irán y los Estados Unidos, y es que como con Corea del Norte, con Irán las relaciones han recorrido el péndulo de la tensión de ida y vuelta una y otra vez: distención en palabras de Obama en septiembre de 2007 (“Yo aún así me reuniría con Ahmadinejad”), y tensión en diciembre del mismo año en boca de Bush (“Irán era, es y será peligroso si tienen el conocimiento para fabricar un arma atómica”), y luego distención en enero del 2009 por boca iraní (“¿quieren un nuevo entendimiento? respeto y amistad son los requisitos infranqueables”) y en enero del 2009 una buena respuesta del gobierno estadounidense (“hay que utilizar la diplomacia con Irán”). La tensión crece –y crece mucho- y luego decrece –y decrece mucho también- para luego volver a crecer.
En 2015 Irán y Estados Unidos habían alcanzado un acuerdo en materia de política nuclear (un logro mayúsculo en uno de los temas más difíciles, en una de las regiones más inestables, y entre dos de los países más distanciados del planeta), acuerdo que logro el gobierno del presidente Obama y que luego, en mayo del 2018, desbarató el gobierno del presidente Trump. Y de ese punto en adelante la tensión de incrementó en una cadena de dichos y hechos, actos y respuestas y ataques y contra-ataques que tienen al mundo en donde está al día de hoy: hablando de una posible Tercera Guerra Mundial.
La violencia armada es ya una realidad. La pregunta entonces es ¿hasta dónde puede escalar? Y como respuesta podríamos usar la tesis con que comenzamos: con las guerras nada es seguro, uno sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan.
EE.UU. es una potencia global, Irán es una potencia regional; EE.UU. tiene armas nucleares, Irán es una incógnita (en 2012 el Primer Ministro Netanyahu dijo que para 2013 Irán tendría lista un arma nuclear, aunque en 2015 esa aseveración fue refutada por el Mossad), como tampoco era –ni es- claro el arsenal nuclear de Corea del Norte. ¿Pero qué no, en ese caso, la hipótesis que presentamos estaría equivocada, tomando en consideración que Irán ya fue atacado militarmente y Corea del Norte no? No, no sería así: porque el ataque contra el general Soleimani ocurrió en Irak, no en territorio nacional iraní. Cierto, no es una provocación menor, pero el matiz es importante. Tan importante como lo es que el hecho de que la respuesta iraní haya sido atacando una base militar iraquí en la que estaban estacionadas tropas estadounidenses, y no un ataque a, digamos, una base militar estadounidense localizada en Florida o Nueva York.
Aún si tuviera armas nucleares militarmente Irán no tiene forma de hacer frente a los Estados Unidos: tiene menos armas convencionales, y si tuviera armamento estratégico (nuclear) son demasiadas las complicaciones que tendría que superar: hay que tener la ojiva (que es lo que el acuerdo de 2015 buscaba evitar), pero luego hay que tener el misil que la habrá de transportar, y ya contando con los dos hay que apostar a que puedan ser instalados y escondidos para evitar su destrucción (se dice que Corea del Norte tiene sus misiles en plataformas subterráneas móviles que cambian de ubicación cada cierto número de horas) y una vez disparado el misil hay que procurar que no sea eliminado en el aire antes de llegar a su objetivo, etc.
En cualquier caso, más allá de lo ominoso del anuncio del presidente Trump sobre la posibilidad de atacar sitios culturales iraníes (lo cual, por cierto, sería un crimen de guerra), lo cierto es que si es esa la amenaza, entonces debemos sentir un cierto alivio: podría haber sido mucho, pero mucho peor. En otras palabras: hay una intención beligerante sin duda, agresiva, incluso abusiva, injusta, ruin y criminal, pero hay en ella la idea de mantenerla contenida, es decir, se busca lo que los técnicos llaman una “guerra limitada”, una “guerra convencional” y no una “guerra total”.
Pero una vez más: uno sabe cómo empiezan las guerras, pero no cómo terminan.
4. Oportunidades para la paz
Una sola cosa salvó al mundo durante el medio siglo que duró la Guerra Fría (1945-1989/91): la doctrina conocida como “Destrucción Mutua Asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés, siglas que en español se traducen como “Locura”).
¿Qué era esta doctrina? La idea por todos conocida de que si un misil nuclear se dispara contra otra potencia nuclear se provoca una reacción en cadena que al final acaba con el planeta. Así, la paz nuclear se mantuvo con base en el miedo y la garantía del exterminio. (Aunque las superpotencias, dirimieron sus diferencias con el sufrimiento del tercer mundo: Mozambique, Nicaragua, Afganistán, etc.).
¿Qué podría evitar una guerra nuclear? Si nos apoyamos en la historia de la Guerra Fría la respuesta sería: la disposición creíble de otras potencias nucleares de meter el hombro en favor de Irán para disuadir (detere) a los Estados Unidos de usar armas nucleares. Irán puede tener o no armas nucleares, pero si India, Pakistán, China o Rusia (podemos descartar de la lista a Inglaterra e Israel) están dispuestos a cubrir a Irán con su llamado “paraguas nuclear” entonces se puede frenar cualquier intención (de existir) en esta dirección.
¿Qué podría impedir una guerra mundial? Primer habría que hacer una aclaración: la Primera Guerra Mundial fue una guerra básicamente entre potencias coloniales europeas y algunos territorios de ultramar (EE.UU.) y que tuvo como resultado la disolución de al menos tres imperios. (el Austro-Húngaro, el Otomano y el Ruso), mientras que la Segunda Guerra Mundial fue básicamente una guerra de potencias industriales occidentales (Eje vs. Entente) y occidentalizadas (Japón) y que tuvo como resultado la destrucción de todos excepto EE.UU. Dicho esto, con todo su horror, llamar Mundial –en toda la extensión de la palabra- a estos conflictos armados es exagerado: sobreestima a las potencias coloniales e industriales y subestima –o desdeña francamente- a todos los demás.
La pregunta más bien –y más importante más allá de la estridencia- sería ¿qué podría evitar que la guerra escalara? Y la respuesta sería un conjunto de medidas que, si bien pueden incrementar la posibilidad de la paz, no la pueden garantizar.
Primero. Si bien es cierto en 2003 la negativa del Consejo de Seguridad a respaldar a los EE.UU. en su ataque contra Irak no impidió la agresión, es verdad también que fue muy importante en dos campos: 1) ganó tiempo a la paz (y con él, dotó de oportunidades y margen de acción al movimiento pacifista y a los partidarios de una solución negociada) y 2) deslegitimó el ataque cuando los esfuerzos fracasaron. En cualquier caso, el Consejo de Seguridad puede no solo negarse a legitimar una guerra –tal y como lo hizo en 2003- sino que está facultado –incluso obligado por sus estatutos- a adoptar una posición activa como medidor del conflicto entre Irán-EE.UU. Y en este papel, China y Rusia tendrían un rol fundamental.
Segundo. Es claro que la agudización de la crisis tiene un origen interno: el juicio político contra el presidente Trump y su posible reelección en noviembre de este año. Como la junta militar argentina con las Malvinas, el presidente de los Estados Unidos ha buscado un enemigo externo para lograr cohesión interna. En otras palabras: Irán es, para el presidente Trump, un escape hacia adelante. Pero como en el caso argentino con la Gran Bretaña, Trump puede perder también. Y es ahí donde cobra una importancia capital el ejercicio de la ciudadanía estadounidense: su oposición a las aventuras militares de su gobierno es clave hoy aquí, como lo ha sido siempre.
Tercero. Si el conflicto EE.UU.-Irán es –como es- muy agudo, se podría suavizar atendiendo sus correlatos periféricos: la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación Europea) o el Consejo de Seguridad de la ONU, o la Cruz Roja, o China-Rusia, o el Consejo de Europa o cualquier otro ente que se juzgue apropiado podría gestionar y acordar un mecanismo para des-escalar la crisis monitoreado por terceros: Irán se compromete a utilizar su influencia con Hamás y el Hezbolá para reducir tensiones tanto en Líbano como en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania (dando mayor seguridad a Israel) mientras que los EE.UU. por su parte se comprometen a usar su influencia para gestionar el fin del genocidio que Arabia Saudita está cometiendo en Yemen con armas estadounidenses, compradas con dinero estadounidense y por aviones de combate fabricados por compañías estadounidenses con pilotos entrenados en Estados Unidos y con el apoyo político y diplomático de los Estados Unidos. La reducción de la tensión en estos conflictos periféricos puede entonces contribuir a allanar el camino a pláticas y negociaciones como las que se tuvieron –y que dieron buenos resultados- en el pasado: recuperar el acuerdo nuclear de 2015, suspender sanciones, proyectos de estabilización conjunta en Irak, etc.
Evidentemente más propuestas se pueden presentar –y se deben presentar- pero con una advertencia: ni son seriadas ni son sustitutas. Es decir, se deben intentar todos los esfuerzos de paz en los diferentes niveles y circuitos de forma paralela y simultánea: tanto el frente diplomático internacional, como el de la política interna, como el de la seguridad regional y el de la construcción de mecanismos de seguridad colectiva y más.
¿Por qué? porque los procesos de construcción de paz no vienen con una garantía y no se puede estar seguro siempre de exactamente qué idea va a funcionar con qué conflicto o con qué grupo. Hay que intentar de todo, pero por medios pacíficos.
5. Un último recurso
¿De dónde vino la idea de que la crisis Irán-EE.UU. es el preludio de la Tercera Guerra Mundial? (así, con mayúsculas). El origen no es claro, y aunque todo es posible, me parece que hay un dejo de paranoia y alarmismo en la presentación del conflicto. No busco menospreciarlo: es serio, es grave, es grande, sí, sí, sí. Pero no puedo dejar de pensar que esa paranoia y alarmismo tienen su raíz en una cultura de la exageración en la que cada vez hay que ser más que lo que fue ¿para qué? para llamar la atención: la pornografía es cada vez más violenta, las drogas son cada vez más duras, el cine es cada vez más crudo y los delincuentes son cada vez más desalmados (hace años leí una cita sobre un caso de violencia juvenil en los EE.UU. Decía la entrevistada –una maestra de escuela- “Antes los muchachos sólo se ofendían, luego se golpeaban en el cuerpo… ahora se disparan en la cara”).
Hoy por hoy una guerra no es ya suficiente para llamar la atención (véase por ejemplo la peor tragedia humanitaria de la actualidad, misma de la que nadie sabe y que a nadie le importa, Yemen), por eso hay que ser más estridentes, más alarmistas y azuzar la paranoia, para llamar la atención. Y por eso están empujando la Tercera Guerra Mundial, así, con mayúsculas.
Dijo Stefan Sweig en su biografía de Fouché: “No pecó por embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas.”