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Jesucristo en tiempos del coronavirus

Soy de la idea de que a Jesús de Nazareth, alias “el Cristo”, lo conocimos de distintas maneras. Si nuestro contexto es el católico, aunque uno se tache de ateo, pues uno es sin querer un ateo cristiano; es decir, te sabes de memoria qué día nació y murió, y gracias a su existencia, tienes la chance de disfrutar de un periodo vacacional breve en Semana Santa, y que su nacimiento se toma como pretexto para estar con tus seres más queridos y pasar con ellos la Noche Buena. Si tu contexto es el judío, el budista, etc., eres un ateo de acuerdo a esos sistemas de creencias, pero conocedor de ese fenómeno social llamado Jesús. Ahora que vivimos tiempos extraños por culpa del coronavirus, más de uno se ha encontrado en la necesidad de acercarse a ideas preconcebidas que de alguna manera pueden ser la oportunidad para hallar el sosiego (el cual se reflejaría en un milagro). 

Mi primer encuentro con Jesucristo ocurrió frente a un televisor. Yo tenía cinco o seis años cuando miré por vez primera El mártir del Calvario (Miguel Morayta, 1952) en un televisor grande, en cuyo interior permanecían prendidos unos bulbos al vacío; como era un mocoso me creí los diálogos entre ese Jesús y Judas, y los enfrentamientos que tuvo contra los fariseos, quienes finalmente lo condenaron a cargar una pesada cruz. Años después sabría que el actor que interpretó al nazareno fue un español, Enrique Rambal, y si bien la película está considerada como la más representativa del género bíblico producido en México, la verdad es que, si uno intenta verla en estos días, se aburre, quizá sea por el tonito de voz con que se la pasa hablando el protagonista todo el tiempo (por otra parte, el dato más extraño es que Enrique Rambal murió de un ataque al corazón años después, pero murió en la cama de Mauricio Garcés).

Mi segundo encuentro con Jesús no me agradó para nada. Eso ocurrió en el Santuario del Señor de Chalma, un día después de haber visto la película antes citada. Según recuerdo, como era la primera vez que mi familia hacía peregrinaje, teníamos que portar en la cabeza una corona de flores para ofrecérsela a ese Cristo, que había aparecido en la entrada de una cueva y vencido a un ídolo azteca, haciéndolo pedazos. Todo iba bien, según recuerdo, hasta que una monja me quitó la corona, y también quitó las correspondientes ami familia y diez personas más, y se las entregó a una niña en una canasta, y ésta que salió rauda y veloz hacia el patio, se las entregó al vendedor de la entrada. Un negocio redondo, así lo percibí. Desde ahí se afirmó mi agnosticismo.

Mi tercer encuentro con Jesús ocurrió con un libro ilustrado de una religión distinta a la católica, justo al cumplir los doce. Era El hombre más grande de todos los tiempos, un libro editado por los Testigos de Jehová, el cual intentaba ser una biografía apegada a los cuatro evangelios. Las ilustraciones pintaban un nazareno fuerte y vigoroso, no el famélico hombre de los cuadros del Greco, y que podía ser capaz de darle unos buenos latigazos a los comerciantes del templo y correr por la campiña con sus doce amigos, además de cargar un tablón sobre sus hombros con dirección al Gólgota cuando fue sentenciado de sedicioso. Quizá lo único extraño y que me costó aceptar por varios años, antes de estudiar la historia del imperio romano en mis años de licenciatura, fue ver a un Cristo clavado sin tener las manos extendidas, es decir, un Cristo colgado en un madero de tormento.

Mi siguiente encuentro con Jesús sucedió con la videocasetera. La última tentación (Martín Scorsese, 1988), la cual miré en un curso de literatura comparada de la maestría en Estudios Humanísticos. Ahí se me presentó una historia no inspirada en los evangelios canónicos sino en el libro del griego NikosKazantzakis, que propone un Jesús lleno de conflictos, confusiones, miedos y que no quiere estar clavado en la cruz y a última hora se le concede la oportunidad de vivir en paz; entonces se enamora de María, la hermana de Lázaro,tiene relaciones sexuales con ella, se embarazan, pero en el parto muere; descorazonado busca refugio en los brazos de una prostituta de la ciudad de Magdala con quien tiene un titipuchal de hijos. Un planteamiento inaceptable para los católicos de esos años que hicieron hasta lo imposible para boicotear esta película (que trató de ser exhibida a finales de los años noventa, pocos cines la proyectaron). La fama de film de culto la fue ganando en el formato de videocasete y de proyecciones a escondidas en los institutos y foros universitarios.

Mi otro encuentro con Jesús sucedió en una sala de cine y fue una experiencia inolvidable, porque mi novia de esos años, católica de hueso colorado, intentó salirse de la función varias veces, pero nomás no pudo porque mi brazo estaba sobre su hombro. La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), retrataba a la perfección el ambiente hostil que vivían los judíos en esa época, el año 30 de la Era Común, sobre todo porque éstos esperaban a un mesías guerrero y no a un hombre proclamador de la paz y el amor al prójimo. Dicho ambiente hostil, provocaba la violencia y los romanos eran expertos en expresarla con tal de callar a sus dominados, dando los mejores escarmientos. El film alcanza su punto culmen en la flagelación de un Jesús atado a la columna, donde pierde sangre y piel a borbotones.

Y podría seguir con el Jesús famélico del director italiano Franco Zeffirelli (1977), protagonizado Robert Powell (un actor de unos hermosos ojos azules) y con actores de la talla de Anthony Quinn, Christopher Plummer, donde vemos a un mesías que trata de cumplir con su papel de divinidad en medio de tanta gente (incluso, Olivia Hussey que representa la Virgen María). Lo curioso es que ahora el rostro del actor de películas de ciencia ficción adorna las casas, las iglesias, los centros de oración de miles de lugares católicos alrededor del mundo, incluso, hasta le ponen veladoras como si se tratara del verdadero Cristo.  Ya que de películas hablo, yo prefiero detenerme en ese Jesús terrenal, bromista y que se llevaba bien con las prostitutas, los recaudadores de impuestos y no le hacía el feo a los romanos y extranjeros, interpretado por Bruce Marchiano en Mateo (Timothy A. Chey, 1993), un film que se encuentre en YouTube (con el nombre de El evangelio según san Mateo), porque refleja un Cristo universal, que no solo es judío, que también es todos los hombres del mundo.

Por supuesto, no puedo soslayar al Jesús que aparece en las novelas de Emmanuel Carrère(El reino, editado por Anagrama), de C. K. Stead (Mi nombre es Judas), así como también ese Jesús no divino, pero muy humano y rodeado de un ambiente de violencia, de hambre, de migraciones, de una minoría rica y poderosa frente a una gran masa de pobres, de gente necesitada de milagros, de ver un cambio de gobierno sin tener encima el poderío de un imperio, fielmente ensayado en el libro de Reza Azlan (El Zelote).

En este tiempo marcado por la guerra que generó el narco, la recesión económica que desatará el coronavirus una vez termine su ciclo, las pugnas entre los derechairos y los amlovers, sería bueno que reflexionáramos en las palabras de ese hombre y que anotó uno de sus apóstoles en el evangelio de San Juan capítulo 13: 34-35: Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado. Pues en esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí. Sólo el amor basado en principios, es decir, con bases sólidas como el obedecer las reglas, las normas, las instrucciones y recomendaciones, nos hará estar bien con nosotros, porque estaremos procurando el bien a los Otros, es decir tanto a nuestros seres más cercanos como también a los extraños.

Cierto, aún me faltan varios encuentros con Jesús. Sin embargo, el que más me preocupa es el último. Porque ahí estaremos todos y como lo advierte el Evangelio, él separará a las personas unas de otras, igual que el pastor separa a las ovejas de las cabras. Pondrá a las ovejas a su derecha, pero a las cabras a su izquierda. Los que hicieron cosas buenas, irán al paraíso; pero los que no atendieron al hambriento, al sediento, al despojado (porque le fue mal y hasta le quitaron la camisa), al enfermo (en sus más diversas acepciones), al encarcelado (sobre todo al injustamente), serán llevados a la destrucción eterna.

Ahora que vivimos en un tiempo de espera, de estarnos guardando por culpa del coronavirus, sería bueno pensar en las sabias enseñanzas de Jesús, pero también en cómo ha sido nuestro encuentro y desencuentro con él.

 

1 comentario en «Jesucristo en tiempos del coronavirus»

  1. Para empezar, yo soy un » ateo politeísta «, si acaso se entiende ésta incongruencia. Es decir, ateo porque soy renuente a recibir adoctrinamiento de cualquier religión, sin embargo respeto todas las formas de pensar y de la concepción que tenga cada quien de Dios. Tuve la oportunidad de viajar a la India en 1984, llevado por la necesidad (o curiosidad) de conocer a Sai Baba, conocí parte de su filosofía (que no religión) , en la cual dá a entender que sin importar la concepción que cada quien tiene de Dios y su prédica, todas las religiones merecen respeto y conducen al mismo fin, que es el encuentro con Dios al final de nuestra vida. El concepto que tengo de Jesucristo, es que fué un hombre como cualquier otro, con virtudes extraordinarias, pero tambien debilidades de la carne, pues una cosa es la materia (el cuerpo terrenal) y otra el espiritu o alma que es lo que «está conectado» con lo divino. El ejemplo lo tenemos en Sidarta Gautama, Buda, que antes de alcanzar la iluminación, tuvo una vida disipada de muchos excesos. Así es que si Jesucristo tuvo amorios, hijos y amante, resulta intracendente, pues lo importante de su legado al igual que Buda u «otros Dioses» son sus obras y enseñanzas.

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